Un funeral

Esta mañana ha fallecido la madre de un amigo de la infancia. Hace poco crucé con él uno de nuestros muy ocasionales mensajes por WhatsApp y ya me advirtió de que su madre se encontraba en sus últimos días. Al caer la noche me he podido acercar al tanatorio para darle mis condolencias. Encontrarme con él ha sido como si no hubiera pasado el tiempo, como si fuera ayer la última vez que recorrimos juntos las calles del pueblo… o como si fuera ayer cuando, siendo aún adolescentes, falleciera su padre. Pude saludar a sus hermanas, también amigas de juventud, con idénticas sensaciones.

Creo que se crea un vínculo especial con las personas con las que creces y maduras, esas personas que han visto una versión beta del ser humano que eres ahora, y que te han querido y te quieren, igual que tú les quieres a ellos, aunque paséis años sin veros.

Hemos hablado un rato, porque mi amigo estaba en la puerta del tanatorio, pero si no hubiera sido posible, seguramente una mirada hubiera bastado para liberar a nuestros yo adolescentes, y que fueran ellos los que se fundieran en ese abrazo que nos hemos dado al encontrarnos.

Ha sido un abrazo sincero, cercano, apretao, pecho con pecho… Y no he sentido su cuerpo como extraño. Más allá de que él está estupendo y yo estoy hecho un tonel, la sensación ha sido de familiaridad, como si nos hubiéramos abrazado ayer para despedirnos de un veraneo en el pueblo.

Su hermana me contaba los trajines que se trae con su hijo mayor, que tiene 15 años, pero yo la miro a ella y la sigo viendo con esa edad, cuando nos bañábamos todos juntos en el río.

Y es que es ley de vida: nuestros hijos crecen y nuestros padres envejecen y… desaparecen. Sabíamos que iba a ser así, pero no por ello es menos duro.

Emilio Cano @Emilcar