Hoy tengo la asamblea general anual del proyecto que más dolores de cabeza me ha dado en toda mi carrera profesional. Cometí en su momento el error de implicarme personalmente en el proyecto y luego pagué carísimo el precio, porque me ha causado mucha ansiedad y ha afectado por completo a mi salud. Fue el responsable de que tuviera que volver al psicólogo, lo cual no es algo malo en sí (creo que todo el mundo debe ir a “revisión” de forma regular) pero sí me dolió que fuera el trabajo el detonante de mi decisión.
Estoy en proceso de desvincularme afectivamente del proyecto, un proceso que lleva en curso más de un año. Pero es difícil desvincularte de algo de lo que tienes reuniones cada 15 días y que casi monopoliza tu trabajo diario.
La reunión de hoy la llevo bien preparada pero la ansiedad hace su aparición (¡Holi!) provocando que surjan miedos infundados sobre situaciones que no se van a dar. Si hablara de esto con mi padre (algo que por cierto debería hacer) seguro que me diría que yo tendría que nacer de nuevo para lograr desafectarme por completo de esto.
Si miro a la asamblea de hace un año, creo que estoy más relajado y que tengo un mayor control emocional de todo. Y eso es algo que tengo que poner en valor.
La gran pega de gestionar proyectos urbanísticos es que su duración en el tiempo es casi infinita. Hay muchos trabajos donde tienes un cliente, un caso, un proyecto, un tema… y luego pasas a otro y luego a otro, pero mi trabajo no es así. El desgaste emocional es altísimo y en muchas ocasiones la dimisión o el cese se ven como la única forma de quedar libre de todo.